¿Las estrellas brillan más en Valencia? Reserva Start Light

¿Las estrellas brillan más en Valencia? Reserva Start Light

Hoy, guiado por una estrella más cercana, pongo rumbo a la Comunidad Valenciana en busca de la respuesta. El día, más bien la noche, promete. Tenía que ser épico, vivir una experiencia gastronómica bajo una manta de estrellas. ¿Por qué?

Si en cualquier parte del mundo podemos ver las mismas estrellas, ¿verdad? ¡Pues no! Así me intenta convencer un científico del Observatorio Astronómico de Aras de los Olmos (Universidad de València) a través de mapas satélite.

Bloggers de gastronomía vivirán una experiencia culinaria bajo las estrellas en Aras de los Olmos“, así presentaba La Agencia Valenciana del Turisme (AVT) este evento fusión entre astronomía y gastronomía.”

Si bien es cierto que las estrellas son las misma, el cielo, la delicada capa que nos rodea no la es. Condicionantes como la calidad del cielo, la contaminación lumínica hacen que esas mismas estrellas las percibas de una manera u otra. Ahora entiendo el porqué del viaje de más de una hora alejándome de la capital Valenciana.

Carretera secundaria que atraviesa la comarca de Los Serranos, o Alto Turia como lo llaman los locales. Más largo fue el viaje del telescopio ruso, cedido a raíz de una colaboración a nivel científico. Telescopio, que aunque de reducido tamaño, es la joya del Observatorio Astronómico.

La reserva Starlight había unido a dos comunidades diferentes, con los mismos intereses y los mismos objetivos, por esas favorables condiciones del cielo. Para estudio científico, y ahora también como reclamo turístico.

Aunque el masterclass me resulta interesante, después de media hora sigo sin ver la conexión con la gastronomía. A estas alturas de la tarde, ya hemos disfrutado de una infusión que incluye hierbas variadas y que después del largo viaje, tranquiliza el estómago revuelto. Y, el menú, previamente publicado contiene nombres tan celestiales como “Big Bang” pasando por “Constelación Ibérica” o “La vía láctea del cordero” por poner algún ejemplo, rematando con un “Saturno de Cacao”, podría ser un helado. Quién sabe.

Gastronomía. Cocinando gachas valencianas

Durante la presentación, salgo a mirar al cielo. Tengo curiosidad si realmente brillan más las estrellas como bien dijeron en la introducción. A mi sorpresa un grupo de hombres curtidos por el frío de la zona rodean unas ollas grandes de bronce, “Igualitas como las que tenéis en Galicia para el pulpo.” me aseguran. Pero veo más que nos conecta.

He viajado más de 850 km, (861 km. exactamente, rodeados de científicos uno tiende a dar información más detallada) y veo lo mismo que podría ver en mi tierra. Personas jubiladas, agrupadas haciendo lo que yo llamaría “hacer pueblo”, hoy en día conocido como “botellón”, compartiendo la fogata para calentar las ollas y el cuerpo mientras se cuentan anécdotas del día.

¿Qué estáis preparando?” pregunto al que me parece ser el alcalde extraoficial, el más veterano. “¡Las gachas!” me contesta, con una mezcla de asombro y orgullo. “¿¿Gachas??” le pregunto.

Su mirada lo dice todo, otro forastero que no conoce el plato ancestral de la comarca. Me coge de la mano y me lleva hasta dos sacos enormes de harina. Previamente al viaje he intentado documentarme y sé que “las gachas” son cereales cocidos, pero cada rincón del mundo tiene así su propia receta que por lo que veo está siendo ejecutada únicamente por los varones del pueblo.

“¿Vosotras no cocináis “las gachas?” pregunto a la señora que me recibió con ese caldo de hierbas aromáticas. “¡Noooo!” me dice como si estuviese abriendo la caja de pandora. “¡Eso es trabajo de hombres!”

No sé porque me sorprende su contestación, en los tres churrascos del verano a los que he sido invitado el panorama era el mismo. Los hombres cocinan, mientras las mujeres hacen todo lo demás. Parece que en público los hombres sacan pecho culinario.

Así me lo confirma la señora. “En casa sí las hago, pero estas ollas son tan grandes que necesitamos los brazos fuertes de los hombres.”, dice riéndose, sabe que los brazos de los hombres de la plaza ya no son tan musculosos como lo fueron en su tiempo. “Las dueñas de la recetas, son ellas, las mujeres.”“¿Pepe, le has echado la sal?” escucho a mi izquierda, “¡No vaya ser que pase lo del año pasado!”. Está claro, que les dejan cocinar.

Las dueñas de la recetas, son ellas, las mujeres. Sólo veo personas de una generación que ya ha trabajado lo suficiente. El despoblamiento, o quizá la falta de interés en las tradiciones han hecho que yo con mis 44 años sea el más joven de los allí presentes.

Recuerdo las palabras de Alfonso de Recetas de Rechupete. “Carlos, disfruta de la experiencia, documéntala. ¡Pero disfruta!” Decido guardar la cámara con la cual he documentado la receta, los pasos a seguir para elaborar “las gachas” y me siento junto a los paisanos. Quiero vivir esta experiencia, quiero ser uno más alrededor del fuego.

Catas de gachas valencianas y otras delicatessen

¡Carlos, empiezan las catas!” Armado con mi cámara y antorcha (la organización ha decidido apagar las luces para que los invitados podamos visualizar la mesa central adornada como si de el Milkway se tratase.) entro y me dejo sorprender por los productos locales allí expuestos. A estas alturas sigo sin ver la conexión entre
astronomía y gastronomía. Además estos productos no llevan nombres ni de estrellas ni de planetas.

Recordando las palabras de Alfonso, pruebo cada uno de los productos. Tres o cuatro mermeladas resultado de la elaboración artesanal con manzanas espe

iegas de la zona. O las mieles autóctonas monoflorales como la Miel de Tomillo, toda una estrella (creo que empiezo a ver la conexión con la astronomía) ya que ha sido galardonada “Premio a la mejor miel de tomillo” en un congreso nacional.

Me llama especial atención la trufa negra. El aroma que desprende compite con los otros aromas presentes. Cuando cojo un ejemplar para fotografiar, no sin antes pedir permiso, soy consciente del valor que tiene.

No me sueltan la mirada, el precio del kilo ronda los 1000 euros, y con nombre de “diamante negro“ no es para menos. La escasa presencia de este hongo y su alto valor gastronómico hace que sea muy codiciado. No es la primera vez que la pruebo, pero he venido a disfrutar, y le echo el diente al tercer pintxo que contiene este hongo.

Para ver las estrellas, aunque en Valencia brillen más, no quiero nublar mucho la vista. Por eso decido no abusar y dar un único sorbo a las cervezas allí presentes. “¿Cuál utilizarías para hacer un estofado de conejo?” le pregunto a la artesana. “¡Amstel!” contesta un blogger, ni que supiera que yo fuese holandés. “La más ligera, no quieres que compita con el sabor del conejo.” me contesta la artesana, mientras me regala dos botellas para que haga la prueba en casa.

Astronomía. Bajo las estrellas todo es posible

Debía saber que un Observatorio se encuentra en lo más alto y por tanto, el camino hacia él es para mi un sufrimiento. Con miedo a las alturas, fobia más bien, no ayuda que el chofer piense estar compitiendo en la Subida al Garbí de Valencia.

Así debió pensar también el pasajero que gritó una vez que su cabeza había aterrizado contra el techo del microbús a consecuencia de un bache no esquivado. “¡Ahí atrás es mucho peor!” me dice José, el conductor, con cara de culpable.

 

El viaje desde la capital hasta Aras de Olmos había sido muy entretenido e interesante pero poco productivo ya que no había grabado ningún recurso. Por eso, ahora tocaba ir de copiloto. No iba dejar pasar ningún momento épico frente mi cámara. ¿O era que, el hasta aquel entonces mi butaca, había sido ocupada por otra persona?

Armado con trípodes, varios tutoriales, linternas, antorchas, e incluso algún manual de uso de cámara, bajamos del microbus. Que el simpático astrónomo dijese que no había las condiciones ideales para ver las estrellas fue recibido como un buen mazazo. Atrás quedó la explicación del catedrático en la masterclass, como para exigirle explicaciones.

Él tampoco sabía que las nubes podían hacer malas jugadas. No podía ser que el reclamo del viaje, las estrellas, las que más brillan, se escondiesen detrás de las nubes. Horas y horas de tutoriales habían acabado no solo con mis datos del móvil y batería durante el viaje, sinó que por un momento parecía venirse abajo el objetivo del viaje.

Captar esas estrellas.

La visita a los telescopios, ver rotar la cúpula, a mi, no me iban consolar. Había venido a que esa manta de estrellas me arropasen, me llevasen a otro mundo.

¿Dónde estaba el Big Bang, Pluto, o incluso el agujero negro? El guión preparado para el vídeo que iba realizar acabó en ese agujero. De los planos que tenía previsto no había quedado más que 12 intentos fallidos a capturar las estrellas. “¡Disfruta Carlos!”

Me aparto del grupo. Rendido decido tirarme al suelo, hace frío. Mucho frío. Echo en falta una manta. Puedo ver unas luces rojas, no son estrellas, son los focos de los molinos de viento que con un poco de fantasía podrían haber sido incluso extraterrestres. Utilizo la mochila de mi cámara para acomodarme y decido
dejarme llevar. El silencio, interrumpido en ocasiones por el viento, calma. Mis ojos se adaptan a la oscuridad.

El negro es negro, negro oscuro. Las condiciones ideales para verlas. Las estrellas. Cuanto más tiempo paso mirando al cielo, más estrellas aparecen. Como si las nubes desapareciesen. Otra, y otra. Y allí, allí otra.

La vía láctea

Llego tarde. Tarde para la segunda parte de la receta Big Bang, el nombre que se le dio a “las gachas”, donde se fríen los tocinos y las sardinas. “¡Cuanto habéis tardado!” dice Manuel. El pobre había estado dando vueltas durante dos horas hasta que la harina y el agua con azafrán se transformase en gachas.

“Las estrellas que hasta hace poco me habían alegrado la visita al observatorio habían bajado con nosotros. “¡Entra! ¡Entra!” me dice entusiasmado sabiendo que una sorpresa me esperaba. Las estrellas que hasta hace poco me habían alegrado la visita al observatorio habían bajado con nosotros.

El interior del teatro municipal se había transformado en una copia exacta de lo que minutos antes había presenciado en el observatorio. Esta

ban todos, Marte, Júpiter, Venus, incluso Eris la razón por la que Plutón pasó a ser planeta enano, por error de medición así nos contaba el astrónomo.

Empezaba a ver la conexión, mas allá de los nombres de los platos. La luz tenue hacía brillar el decorado. No solo los paisanos habían trabajado. Un equipo de profesionales había cuidado al detalle que el interior fuese parte integra de la experiencia celestial.

Por mi paladar pasaron, el “Big Bang”, “El asteroide”, “La crema que quiso ser agujero de gusano” acompañado por los vinos de los Llanos de Titaguas y la maravillosa voz de Domingo Chinchilla que entre couvert y couvert nos llevaba de viaje entre las estrellas.

Empecé a vivir la conexión, a ver las coincidencias entre ambos mundos. Si astrónomos seguían buscando nuevas estrellas, los chefs buscaba nuevos sabores. Ambos son científicos, utilizando un idioma diferente, pero que esta noche, posiblemente por la alineación correcta de los planetas habían creado una experiencia única fusionando la astronomía y la gastronomía.

 

La vuelta al hotel, larga y ya menos fría, me había sacado de dudas. ¿Las estrellas brillaban más en Valencia? ¿O habían sido responsables el “cremaet”, el viaje, la tierra o “las gachas”?

Realmente, en Valencia, ¡las estrellas brillan más!

Carlos Urban
Publicista y productor audiovisual para Recetas de Rechupete

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Categorías: Actualidad gastronómica

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